martes, 23 de agosto de 2005

Platiquillas de supermercado

–¡Te digo que no me gustan los poetas!– le precisó al mismo momento que le aplicaba un golpe de reversa en la cabeza con la bolsita llena de verduras del supermercado.
–¡Tranquila!, vieja cabicha de mierda. Por favor, compórtese –respondió ofendido mientras se defendía del ataque compulsivo patrocinado por la vieja.


¡Plaf plaf! Cuatro, seis, diez golpes en la morra. Una automática ensalada de verduras en la cabeza.


–A ver, mendigo poeta… ¡¿Qué vas a hacer con tus palabras, defenderte con ellas?! –le preguntó mientras una tomatada, una cebollaza y un pepinillo le partían la madre al pobre, mártir e indefenso poeta.

¡Suc suc, zas! No fueron dos, ni tres, ni ocho palabras las que le entraron por el culo a la doñita. Fue una sola, según el informe de la morgue, la que le partió en tres el Isquion por la fuerza del impacto. La pelvis, dolida, se partió por la mitad -y ésta, en millones de fragmentos- por la velocidad que llevaba la rústica palabra.

Léase claramente, no fue la palabra "recado". Ni mucho menos la palabra "sacrospicio". La Investigación Policial reveló, en todo caso, que la palabra "zumbido" tuvo algo que ver.