lunes, 25 de abril de 2005

Save as Draft

Poseo una vastedad de borradores ordenados por color de metáfora, diversidad de personajes, objetivos a mediano y largo plazo. También los he ordenado por fecha, por sabor y por aroma. Los tengo guardados, dispuestos a salir a la calle dentro de poco, los llevo conmigo (a veces) a muchas partes para que se adapten más fácilmente a su inevitable destino de andar de boca en boca por el mundo, de calle en calle. Y es tanta la cercanía que nos dedicamos mutuamente, que con algunos de ellos he empezado a crear un vínculo intrínseco de amistad y confianza, de intimidad en finanzas y otras verdades.

Ayer, por ejemplo, andaba con uno de ellos tomando unas cervezas. Pero al susodicho -ya entrado en copas, y caliente- le dio por irse a buscar una novia para pasar el momento; tal fiel calentura que me dejó solo en el bar y decidieron los dueños -ya entrada la noche-, patearme el culo hacia afuera, siempre cortésmente después de que pagara todas las cervezas que el susodicho se había tomado. Dada tal situación, tuve que volver a casa solo, marchito y meditabundo. Conduje el auto, sereno y austero, dispuesto a escribir acerca de La Soledad en el Tercer Mundo y las Repercusiones Morales del Nuevo Pontífice en la Ciencia Universal. Volví a casa, nada de ganas de escribir, nada.

Luego hoy por la mañana, el infeliz (bueno, no es realmente el adjetivo que lo describe; ya que es un borrador un poco reflexivo y con problemas de dialéctica emocional, pero siempre depresivo), decide llamarme para contarme que encontró al amor de su vida y que se va a mudar con ella a un pequeño apartamentito en los renglones del distrito cultural 4 Grados Norte de la Ciudad Capitalina y que van a compartir gastos de luz, agua y teléfono. También me dice, que quiere volver a verme pero antes quiere pasar cuantos más días pueda con ella. Me cuenta de ella: es bailarina, tiene una facilidad para los guiones de teatro, su familia vive en Costa Rica y no muy le agradan los escritores por ser llenos de cosas, que le gusta el vodka y que vive del arte y que le gustan las tortillas con queso, y no sé qué más cosas. Pero ella, ella.

Entonces yo resignado, le deseo la más feliz de las suertes por teléfono; nos despedimos agradeciéndonos los momentos juntos y le recuerdo que hoy por la noche van a dar Los Piratas del Caribe por el HBO y que no se le olvide, la expo de Marré en Libélula. Luego me responde que ya no verá más tele porque esta noche sale a cenar con ella, so pretexto que en el apartamento no hay cable y que a ella no muy le agradan las galerías de arte y se despide irritado y luego me cuelga el auricular, y la soga me aprieta al cuello.

Luego pienso, a los borradores no les gusta, andar de harapos por los senderos del timing literario. Ni tampoco, la pulcritud del tiempo exacto.