martes, 29 de marzo de 2005

Teclado en vuelta, o mañana volveré

Abruptamente suena el teléfono que está sobre la mesita de madera exótica. Es de madrugada. La city está quieta, inmóvil. Dormida. Es ya martes, luego de un descanso prolongado de supuestos veranos y reiterantes víacrucis al pie de la letra. Largo descanso, eso sí.

–¿Alo? ¿Diga? ¿Bueno? –contesto al teléfono

Nadie. Perfectamente nadie del otro lado de la línea. Talvez son fantasmas, pienso. A lo mejor es una forma de llamar la atención de algún pendejo. O quizá, hay un hombre solitario del otro lado de la línea que usualmente marca un númerito todos los días –quizá muchos números–; a cierta hora, quizá todo el día se la pasa marcando números y números. Siempre arbitrariamente. Quizá sea mujer. Sentada en un sofá infinitamente solo, con un vestido sexualmente explícito y explícitamente sexual la nena, junto a una taza de té de jazmín y un cenicero vacío para las visitas que nunca la visitan. Sola. Y quizás marchito, el vestido. O el cenicero. Pero sola, completamente sola y con deseos de hablar tan solo un minuto con alguien. O talvez de escuchar, solo escuchar. Escuchar brevemente el ‘¿diga?’ de las personas. Y ansiando que alguien tan sólo conteste y continúe hablando, cómo en una conversación absurda. Transitoria, monótona. Pero amigable, cercana. Hablando no sé qué cosas. Bienvenidas cosas.

Cuelgo el aparato, fácilmente. Un poco molesto. Distraído. Quizá sea una de esas ex-amantes, pienso. O quizá yo, el obsesivo y paranoico que desea que sea una de esas ex-amantes. O a lo mejor, en última instancia, sea yo mismo quien llama (un idéntico Pablo Bromo, quizá un Baplo Romo) vestido con idénticas ropas y con un idéntico cigarro a punto de apagarse en la boca, sin atreverse a decir un puto fonema al auricular para hablar conmigo (mejor dicho, sin atreverme a decir un puto fonema al auricular para hablar conmigo mismo). Siempre cuelga el maldito, me digo ya molesto. La próxima vez le mentaré la madre al pisado, por hueco gilipollas de mierda. Después de todo, quizá sea solo una llamada perdida. Extraviada. O talvez, que es lo más probable, una de esas silentes y tímidas ex-amantes. Quizá sea eso, sólo eso.

Entonces vuelvo al teclado del computador. Siento que el brillo de la pantalla invoca mi presencia, cómo pidiéndome a gritos unas buenas letras. Un buen discurso, algo. Solo algo. Mientras camino hacia la máquina pienso que esa pantalla es una especie de Iluminación (literalmente), un llamado hacia la luz. Y yo, dispuesto, camino hacia ella. Me siento, bebo un sorbo de cerveza. Suerte que sobraron cervezas del viaje. Empiezo a contar, digo, a calcular estúpidamente cuántas quedan en el refrigerador. Me siento dichoso, hay todavía algunas, pero distraído. Sí; Gallo, nuestra cerveza. Pienso otra vez en la llamada, no en el fútbol por radio. La llamada, esa especie de discurso del silencio. Me cansa el cansancio -reiteradamente-. Me cansa el sueño, el ya contemporáneo desvelo que se instaló a vivir conmigo el día a día, hace ya algunos años. Inquilino de mierda, pienso. Quizás hay alguien, después de todo, que espera mi discurso (no de silencio) del otro lado de la línea, del otro lado de los cables. Sí, la pantalla. Alguien, después de todo. Quizá sean síntomas de algo distinto. Algo nuevo, nueva etapa. Sí, supongo que hay alguien del otro lado. Sí, lo sé, hay muchos alguienes después de todo. Hoy eso de leer no me surte, quizá mañana.

Me preparo a escribir algo digno, después de este balbuceante monólogo en Times New Roman punto 12; pero pienso en Rimbaud y en Kafka que no me dejan. No me dejan en paz, par de atormentados de mierda. Colegas de vida, pienso. Quizá escribir un diario sea algo interesante, aunque nunca me ha parecido gran cosa eso de escribir diarios. Excepto algunos escritos que considero certeros, pienso en Anäis Nin, ¿así se escribe? No importa, nunca me gustó tanto Anais Nin pero si lo que produce su lectura en las mujeres que conozco y desconozco. Eso me gusta, eso sí. Eso sexuarótico-pensareal-litecotidiano. Pienso en Virginia, la Wolf. Sí, el oficio de escribir. Ella me mueve, mucho más. Pienso en Las Olas, no es diario, no. Entonces escribir, ¿será realmente un oficio social, para el bien de los demás, a pesar del encierro? No importa. Todo es un encierro, un acertijo. Pienso otra vez en Kafka. Detesto a Kafka, no su obra. Prefiero ese encierro cortazariano del hombre con la mosca que vuela al revés en una habitación de un hotel parisino, o bonaerense, o escuintleco. Sí, todo es encierro. El mundo es un encierro constante. Y aquella frase, sublime, tremenda: La vida es una cárcel con las puertas abiertas; Calamaro creo. Sí, Calamaro. Mejor pondré una tonadita de Andrés mientras acabo la cebadita macha y sin dejar de escribir, voy a dormir. Bajo la luna de perfil, voy a dormir...

Suena el teléfono otra vez. Esta vez no contestaré.

Después de todo es un placer dejar el zumbido del aparatito timbrar. Quizá esta vez sí sea alguien. A lo mejor esta vez, el idéntico a mi mismo se atreva a hablar, yo no. No me la juego, asusta un poco. El freak. Hoy no estoy para metafísicos riesgos. Hoy no, mañana volveré.