miércoles, 30 de marzo de 2005

Crux

–No es un asunto de tiempo, ni tampoco de salvarnos –me dijo.

Luego prosiguió, lentamente.

–Lo que sucede es que vos te encaprichás con todo eso del pan y el vino, en serio. Aquí ya no hay salvadores, creéme cerote. Ya nadie te hace caso. ¡Mirá men, creéme! ¡Son pajas tuyas, las de andar caminando y diciendo no sé qué cosas! ¡Son puras pajas! Ya hasta tus pocos lectores, los últimos doce que te quedaban te están traicionando. En serio, ¡así es la cosa, la pura verdad cerote! ¡Ahora morí! ¡Cabrón! ¡Morí! –me dijo mientras hundía el último de los clavos en mi muñeca izquierda. Sentí un dolor profundo, el último, profundísimo. Todavía logré ver cómo relampagueaba el horizonte; mientras dos gotas (una de sangre, otra de sudor), se unían en perpetua armonía hasta caer al mismo suelo donde se levantaba la cruz de lo alto del pequeño cerro. Un último escalofrío. Una mujer lloró.