lunes, 14 de febrero de 2005

Santa Sangre

Le dijo al oído 'por la Sangre de Cristo', mientras bajaba valientemente la palanca de la guillotina.

En la plaza la multitud sostenía pancartas. Algunos vestían de blanco, otros de luto, maldecían en éxtasis todos -la mayoría acaso-. Los clérigos del Templo murmuraban en voz baja entre ellos, y sólo para ellos. Otro grupo vociferaba insultos hacia el gremio del Monasterio, inconformes. El Cardenal mantuvo silencio, sabía de su inadmisible fallo. El cuello del Sacerdote fue embestido por la afilada lámina de acero al momento que el gran reloj de la plaza marcó las seis en punto. Se escucharon doce campanadas, quizá diez. Los gritos de la multitud persistieron tan sólo unos minutos. La cabeza rodó por el estrado, tal cuál pelota. El Cardenal, persignándose, cerró los ojos.

Uno de los acólitos se dirigió hacia el colgante de plata de la víctima, que había rodado por el suelo al momento de la decapitación. Tenía una inscripción poco probable, borrosa, cubierta de sangre que decía 'Sangre de Cristo, fortaleza de los mártires: Sálvanos'. El amor, pensó el acólito, es sólo sangre. Limpió y guardó el colgante dentro de la bolsita de la túnica, mientras veía la cabeza del Sacerdote amigo tendida sobre el charco de sangre, bocabajo, como bebiendo su propia sangre.

Se oficiará una Santa Eucaristía por nuestro hermano -me dijo uno de los clérigos-, es en veinte minutos... así que apurate vos mano. Veinte años después, lo canonizaron solemnemente santo. El lugar de la decapitación, fue declarado Sagrado Patrimonio de los Mártires por el actual Papa del Vaticano. Yo, aún leo la Biblia, dos veces por semana o hasta tres, si es necesario el caso.