lunes, 24 de enero de 2005

Inminente, Don Luis Cardoza y Aragón

Camino empedrándome el paso, reviso el terreno de los días y meses en mi bufanda y mochila. Desde la vertical piedra incesante, hasta la inútil poesía de esta mi antigua maquinaria; todo es retorno, viaje reiterante.

Y ya que estoy aquí por el momento, pienso en César Brañas y su hermano Antonio Brañas. También pienso que a unos minutos, en San Juan el Obispo -tierra madre de Don Luis de Lión-, hay una empedrada y vertiginosa pendiente por la que alguna vez no pude subir en auto hace algunos años, ya bien. Por lo demás, sigo doliéndome el paso con ese dolor festivo de las horas desvestidas. Sigo jugándome el olor de los húmedos vestigios del anochecer. Sigo en este laberinto, presagio de insensatez.

Paso frente al Almacén el Nene y pienso en otro Don, un tal Luis Cardoza y Aragón, a quien le tengo un respectivo respeto literario muy grande. Pero lo pienso allí, justamente allí. Puede ser cierto que en dicho lugar haya crecido y vivido parte de su vida, no sé cómo tal rumor llegó a mí. Pero cómo todo rumor es arma de doble filo, prefiero apresurar el paso y llegar hasta el Parque Central. Allí, compro un café y empiezo a recordar aquellas líneas maravilla en soledad:

Yo canto porque no puedo eludir la muerte,
porque le tengo miedo, porque el dolor me mata.
La quiero ya como se quiere el amor mismo
Porque el amor y la muerte son las alas de mi vida,
que es como un ángel expulsado perpetuamente.


Después, inmediatamente continúo de regreso a mi silencio. Cómo una terrible pila mortuoria, exiliada de los restos de su propia vejez. Cómo en un territorio sombrío, cómo en una alacena de fósiles en pleno anochecer. Solo de cortos circuitos, inquieto entre mi quinta y única (v) soledad.