miércoles, 12 de enero de 2005

Frenesí (del acto)

al Capitán Javier, digo Payeras

No pienses, aniquila todas las posibilidades de ser gentil y no intentes –mucho menos– vaciar todo tu misterio en unas pocas líneas mal versadas, inconclusas y reclusas. Deshazte de toda convicción con tu lengua madre, castellano caracol o viceversa. Intenta recrear veletas solitarias navegando en altamar, insólitas tormentas; intentos para resguardar cualquier gloriosa o mísera existencia. Sé audaz. Camina. Levántate.

Intenta creer que la vida es una extensa eyaculación de soledades infinitas, hastío de instantes; paradoja cruz de días en recurrentes sueldos para mantener dopado todo espíritu de los no sé cuántos demonios delirantes que habitan cualquiera de las vidas diarias, existentes, cotidianas. Intenta creer, inventa. La imaginación tiene algo de perverso, y es herramienta útil en ansiedades inexplicables –arbitrarios días–. Inventa, no lo pienses. Ni siquiera lo pienses. La lógica razón es callejón oscuro y sin amigos, ni novias temporales. Olvídalo. Allí no hay putas orgásmicas con tetas herederas de la fuente del conocimiento. Sé audaz. Mete la mano debajo de la falda de tu nena, susúrrale el cosmos. Habita con ella cualquier nota musical del Trópico, viaja más, no te detengas. No lo pienses, no seás pendejo, perfecto inmóvil parásito de vos mismo. Viajá más, recorré en ella -tu nena- la genealogía infinita de sus senos, desvístele la metáfora, muérdele todito el epicentro de sus curvilíneos y fonéticos gemidos. Házte de ella y de nadie, házla toda tuya. Inventa. Reinvéntate en ella, con ella, para ella. Inventa. No seas pendejo, la soledad es sublime pero es arma de muchos invisibles; todos, todos. Inventa.

Intenta dar un paseo con las piernas cojas. Intenta mover los dedos, vegetal insomne. Intenta cuajar las insistentes manijas del tiempo, recrea el mar. Recréate en la ola, sublime ola -perfecta espuma en éxtasis, siempre vertical momento, rumor profuso de excesos, temblor de clítoris sobre gustativos glandes, poros erectos y húmedos, líquidos dientes-. No olvides esto; la sublime ola. Sí, la sublime ola en éxtasis. Todo es movimiento. Penetra esa vastedad etérea del silencio. Medita, no vaciles. Quítale la ropa. Sagazmente desviste su cuerpo, no dejes de habitar ningún rincón. Habítala reiteradamente, no vaciles. Palpa. En ella habita esa última pieza del rompecabezas de tus imposibles; sólo habítala. Descubre ese regalo. No lo dudes. Acaricia e interrumpe con tus dedos todos sus pleonasmos. Palpa. Intenta –la sensibilidad es una recompensa de los dioses, retorno en éxtasis del infierno, ventaja atroz por instantes, ambigua maravilla–, insiste y palpa. Habita cada uno de sus poros. No alejes ni un solo instante la vista de ese corazón que ahora sólo a ti te pertenece, siente el ritmo. Haz ritmo. Inventa. Deja los verbos, las fonéticas, y los horarios de oficina. Ríe, inventa. Ahora siéntela. También la risa es leal amiga, precisa alquimia de tus propias recurrencias en el tiempo; sólo a tí te pertenece, es tuya. Igual. Inventa.

Mete el olfato en todas partes; juega incesante y escucha los latidos que te piden persistente un constante roce imprescindible, líquido vaivén, marea alta. Insiste, prueba el ácido sabor frente a la triste y singular continua dentadura que te espera ansiosamente –antídoto en saliva, bella certeza, saliva digna–. Intenta contener toda respiración, Intenta algo. Vámos, sumerge tu lengua en ese territorio. Insiste sin pronunciar palabra. Sumerge allí tu lengua. Vaivén de líquidos, allegro disperso. Perpetuidad en veranos, capaz impromptu de hacer bailar a los esqueletos del alba. Intenta, penetra todo cuánto antes. Penetra el crepúsculo de los crepúsculos. No puedo decirte más nada, ya he hecho lo mío y me estoy quedando sin verbos -instrucciones vagas de vuelo, posible colapso entre el azur de los cotidianos desvelos-. Sólo habítala, penetra, inventa. No olvides tu lengua.

Y sumérgela, ávidamente, toda la lengua. Sumerge las espirales del continuo y circular deseo, rotativo eje que insaciablemente fluye en tí; ahora. Ahora es cuando y crece en esa tempestad sinfónica, jazz compulsivo, melodía ciega. ¿Viste? ¿Acaso has visto cómo dejan una estela de inquietantes árboles, los muslos de tu nena cuando palpas suave, lento, cuándo sumerges tu lengua de caracolas incestuosas, viste? Ahora sigue. Deja a tu ansioso esperma silencioso, indagar en tenue luz ésas viejas moléculas para sudores mutuos. Insiste en penetrar la cálida tormenta de los besos sobre besos, reiteradamente. Habítala hasta convertirla en tormenta -cosquilla múltiple, caos simétrico-; insiste crepitante. Insiste. Ahora que estás preparado para penetrarla interminablemente sólo te queda posar tu mano, en ella, cubrir toda grieta. Y no alejes nunca tu mirada de las cosas, todo implora tu presencia, precisas son tus manos -tus fonéticas-. Deja correr la sangre por tu cuerpo, la leche intensa. No alejes tu mirada, nunca. Deja fluir la carcajada de orgasmos en tu cuerpo, seduce al viento.

Pero no pienses, no lo pienses. Sé audaz. Inventa.

Toma un respiro breve, te lo digo.

Y continúa escribiendo.